En los tiempos de creer que el universo funciona como un suspiro, en donde las ventanas del corazón se cierran y vuelve la desesperanza, donde las montañas parecen tan silenciosas, mientras el mundo gira, en un ciclo tan etéreo, nada parece que cambiará.

En un instante, cuando cierras tus ojos, vuelven a crecer los sueños donde siempre has guardado la capacidad de sentir, ser tu misma, sonreír y compartir inevitablemente, los eclipses de la vida y la entrega incondicional de dos almas, a un punto infinito, donde el cielo es más cercano a la realidad y el tiempo transcurre lentamente, donde los latidos son imperceptibles y las miradas se unen con la esperanza de un día mejor, que suavemente se escucha unas palabras: toma mis manos, no te apartes yo estaré para verte.

Cada mañana, cuando el agua ha tocado tu piel, vuelve la sensación de haber robado un sueño y que nada es real, pero todo es palpable en función de que lo vivimos, porque lo transpiramos con el alma, se respira. Ningún pensamiento será ahora ignorado, porque son trozos de nuestra inconstancia de la vida donde vencemos los miedos, de nuestra piel y de un sentimiento compartido que emana el vapor de una ilusión que se dibuja día con día en el espejo de la realidad.